Nada y Todo transcurre en una Valencia a comienzos de la transición y que transcurre a lo largo de los años ochenta.
Auri, una adolescente de catorce años, se asoma al mundo desde un balcón, en una casa opresiva donde los domingos saben a croquetas, cartas y silencio. Lo que comienza como un juego de observación se convierte en una pulsión de fuga: ¿cómo vivir fuera del guión impuesto a las mujeres? La respuesta parece estar en el cuerpo, en la lectura, en la amistad.
A través de una voz narrativa íntima y un ritmo contenido pero implacable, la novela retrata el despertar sexual, social e identitario de una joven que debe lidiar con una abuela cruel, un padre violento y maltratador, una madre anulada y unas amigas que serán bálsamo, espejo y herida.
Lo que empieza como una fascinación por una prostituta rubia que Auri observa desde su balcón se transforma en un proceso complejo de empoderamiento, desengaño, y, finalmente, reconstrucción.
La novela se estructura en una serie de escenas sucesivas con un fuerte impulso lírico y una profunda mirada social. El tono es confesional, pero evita el melodrama. Lo que podría caer en lo sórdido se convierte en una apuesta por la dignidad.
Nada y Todo habla de crecer entre escombros emocionales, y de cómo el deseo y el pensamiento pueden abrir brechas de luz.
El arco dramático de Auri la lleva desde la idealización hasta el desencanto, pasando por la culpa, la religión como tabla de salvación y la universidad como lugar de autonomía. Cada escena construye con cuidado un mundo reconocible para quienes crecieron entre los 70, 80, y 90, pero también para lectoras actuales que buscan referentes literarios donde la complejidad femenina no sea sacrificada por la trama.
Nada y Todo es una novela que interpela, que acompaña y que deja huella. Su título no es casual: entre el vacío y el absoluto se mueve una adolescente que no se resigna a ser ni víctima ni heroína, sino alguien que elige ser.